Parece que llega un momento en mi vida en el que, a partir de ahí, mis propios pensamientos me gobiernan. Fue algo no pensado, simplemente algo cambió. Yo no era así, antes. Trato de recordar. Me estiro en el pensar, como si pudiera alcanzar-me en otro tiempo y mirar allí.
Quiero ser el de antes, el que no sabía, el que no podía elegir entre tres posibilidades que ahora veo, siento, sufro, padezco y a veces, disfruto en el tiempo que le otorgo. Sin darme cuenta. Tres posibilidades, pensadas. Juntas. Ahora, ayer y mañana. Imágenes que se superponen en el orden pre-establecido.. Pensado. Apenas sin darme cuenta.
Afirmo, que si el pensamiento es lo único que soy, y en ese soy, no soy nada más que lo que me creo que mis sentidos me muestran, este muestrario, mío, también es pensado. No puede ser de otra forma. O pienso o no pienso, y si pienso, ese pensar es completamente personal, mío y único, al mismo tiempo. Y surge otra pregunta mía, pensada, en una mirada hacia el otro, el de enfrente. Intento introducirme en sus pensamientos, y me río, por dentro, no vaya a ser que me vea y reaccione de una forma que yo no haya pensado y me pille por sorpresa. Me río de nuevo. Es de tontos, lo mío.
¿Y en lo único que soy, cómo me puedo manejar? ¿Qué sentido tiene esta experiencia, por llamarle de alguna forma. Aprendida? Y tiro del acumulado en archivos bien ordenados, por fechas, temas, estados. Y me sigo preguntando, entre sorbo y sorbo de infusión digestiva … ¿sólo soy un pensamiento?
Vacío.
La mente que se asocia al sistema del pensar, como un dúo inseparable para que parezca cierto. Pues eso, la mente, mi mente, y el pensamiento, mi pensamiento, de la mano, caminando, buscando alternativas a lo conocido, pues esa es su realidad. Emparejados, igual que dos que se juntan para conseguir algo que por separado no podrían hacerlo. Intención. Objetivo. Uso. Tiempo.
Imposible, dice mi mente, que el pensamiento me abandone. Eso sería la muerte para mí. El vacío me acogería para hundirme en la más mísera miseria. Yo, una caja contenedora sin nada que contener. ¿Qué sentido tiene eso para mi-mente? Necesito pensamientos que me den la vida. Y se queda dormida por un rato.
Mis propios pensamientos, precisan de un contenedor; pero no un contenedor cualquiera. Hecho a medida, para mí. Le llamo “mente-contenedora de mis propios pensamientos”. Todo a medida. Pensado y hecho. Contenedor y pensamientos unidos en un artilugio, que sitúo en mi cabeza, por ahí, colocado, pues es el sitio con más altura de miras que mi cuerpo-pensado-diseñado tiene. Por dentro. No se ve nada. El observador cree ocultarse detrás de unos huesecillos, músculos, tendones, piel, a modo de espía de lo de afuera, para tejer la estrategia de guerra sin ser descubierta.
No hay nada ahí afuera. Esa voz se me repite constantemente. Esa voz me la repito, en diferentes tonos, para ver, seguramente, con cual me adentro un poco más de lo que hasta ahora había conseguido. No quiero dejar de ser lo que me creo que soy. No quiero morir de esa manera, tan sola. Sin un cuerpo y sus historias pensadas.
¿Para qué esa negación a la experiencia, o incluso qué sentido tiene la aceptación de una experiencia, sea la que sea, si he sido, soy yo el generador del cómic de eso que creo ver?
Da igual que lo acepte o no, aunque me parece que no es así, pues mi cuerpo no reacciona igual depende de que decisión tomo. Ostras y se abre otra vía-opción de o para elegir. Y me paro y me observo y mis muñecas, apoyadas en el borde de la mesa desde la que escribo, esperan impacientes a que les dé la oportunidad de acompañar a esos dedos que creo utilizar en un teclado de una tablet conectado a una red wifi en un lugar frío de un pueblo costero con cuerpos que se mueven, de aquí para allá, haciendo como que hacen cosas, y una televisión que proyecta un partido de futbol con fecha de ayer; pero que veo ahora, y con un ruido del típico de bar con terraza que yo, mi mente, etiqueto como eso. Un bar con terraza, en un pueblo de costa.
Bendiciones
Rafael Carvajal