El momento de la separación

El momento de la separación

Es muy conveniente tener un vislumbre del momento de la separación y de lo que supone el estado de culpa en la mente para avanzar en la comprensión de Un Curso de Milagros. Se trata siempre de estados mentales. En ese momento se pasa del amor al miedo, del lleno al vacío, mucho antes de que se tenga conciencia de ser un ser humano. Pero nuestra descripción es muy parcial. Está sesgada por el punto de vista humano, que por definición está alejado de la mente. Nuestra humanidad, encarnada en un cuerpo animal, está pensada en sí para alejarse precisamente de la mente y de la experiencia directa de vacío o carencia en la mente. Nos hemos refugiado en un cuerpo humano precisamente para huir del sentido de culpa en la mente. Y lo que tenemos que hacer es precisamente afrontar ese sentido de culpa. Afrontar el sentido de culpa supone poder ver que no es nada y que no tiene fundamento. Pero si no lo afrontamos, nos quedamos en un estado atemorizado e infantil, desposeídos de cualquier madurez, desheredados de nuestras capacidades y poderes mentales. Niños asustados, perdidos en una existencia prestada, sin poder ni autoridad, sin conocimiento y rechazando cualquier responsabilidad.

Para entender el viaje humano conviene distinguir entre ser y conciencia. El ser es lo que somos, y aquello que somos no podemos dejar de serlo. No está ni ha estado nunca en nuestras manos. Somos tal como Dios nos creó lo queramos o no, lo creamos o no. No podemos hacer nada a favor ni en contra. Lo que somos, somos.

Ahora bien, con la conciencia sí podemos jugar. Podemos tener conciencia de ser un ser humano o de ser el Hijo de Dios. Lo que ocurre en el momento de la separación es que tenemos una experiencia directa de estar separados, de no estar en la unidad, y eso es devastador para la mente. La sensación es de desolación y de haber hecho algo tan malo que no tiene remedio. Es el emerger de la idea de pecado: un daño irreparable. Conviene que nos detengamos a contemplar esta idea de daño irreparable, de desolación, primero porque es la manera de deshacerla, y segundo porque es la idea a partir de la cual la mente se desmentaliza y se proyecta en la forma, dando lugar al mundo físico. Hemos de entender que el mundo físico no nace de manera natural de un acto de creación sino de un estado de horror y de huía de un sentimiento de culpa tan profundo e intenso que es absolutamente insoportable y fuerza la proyección sobre la forma para tener la sensación de que nuestra atención no está faltamente atrapada en un circuito infernal de autoataque interminable y de condena sin fin.

El momento de la separación es la experiencia del infierno, pero hay que crecer en madurez para contemplar ese estar en el infierno sin que nos afecte, y podamos empezar a ver que no es real, que esa horrible culpa negra no tiene ninguna solidez y solo es una alucinación. Debemos mantener la madurez que nos impida salir huyendo, salir corriendo.

La clave, como el Curso indica, siempre está en volver al punto de partida para hacer otra elección diferente. Pero hay que volver al punto de partida, y tenemos que afrontar el miedo que nos da lo que pareció ser una experiencia tan traumática. Una experiencia que al quedar profundamente enterrada en el inconsciente se filtra en el día a día de nuestros disgustos, irritaciones y molestias, manejándonos a su antojo por nuestro desconocimiento.

Se trata de una experiencia tal que, ante ella, nada externo puede siquiera consolarnos y llegar a nosotros. Se trata directamente de nuestra relación con Dios. El Curso es un entrenamiento que nos permita estar maduros para volver a estar ante Dios, asumir nuestra relación con Él y poder abrirnos de nuevo al conocimiento, que es comunicación directa y completa, donde todo está a la luz.

Espero que estas líneas hayan servido para entender un poco mejor el Curso.

Autor: Miguel Iribarren
©foto: Lauren Walker / Truthout

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