Sin embargo, si bien el ego nos dice que la ira y el ataque nos liberarán de la culpa, en silencio es el último en reírse. La proyección, mientras que aparenta librarnos de la culpa, en realidad la refuerza. Cualquier forma que adopte, echarle la culpa a los otros, siempre conlleva ataque. En algún lugar dentro nuestro, contrario a lo que nos dice el ego, sabemos que estamos atacando falsamente, pues el verdadero problema no reside en los demás sino únicamente en nosotros.
La proyección, sin embargo, siempre te hará daño. La proyección refuerza tu creencia de que tu propia mente está dividida, creencia ésta cuyo único propósito es mantener vigente la separación. La proyección no es más que un mecanismo del ego para hacerte sentir diferente de tus hermanos y separado de ellos (T-6.II.3:1-3).
Si bien en un nivel es cierto que a todos nos afecta el mundo que nos rodea, también es cierto que somos los responsables de las reacciones hacia el mundo y de lo que nos sucede. El Curso nos pide que nos digamos a nosotros mismos:
Soy responsable de lo que veo.
Elijo los sentimientos que experimento
y decido el objetivo que quiero alcanzar.
Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.
(T-21.II.2:3-5).
La propia culpa, en lugar de cambiar, se refuerza debido a los ataques injustos al otro. Esto pone en marcha el colosal circulo vicioso de culpa y de ataque. Mientras más culpables nos sintamos, mayor será la necesidad de negarlo y proyectarlo por medio del ataque; mientras más ataquemos, más culpables nos sentiremos. Y el ciclo continúa. Este proceso en apariencia interminable es radicalmente contrario al dicho popular: El amor mueve el mundo. No es amor lo que mueve el mundo, sino la culpa.
El ciclo de culpa y ataque pone al descubierto el propósito del ego, que siempre procura esconder. El plan del ego para la “salvación” es primero convencernos de nuestra propia culpa, y luego suministrar un medio para escapar de ésta. Sin embargo, su verdadera meta, es retener la culpabilidad, pues únicamente eso mantiene la creencia en el ego, símbolo de que nos hemos separado de Dios y fundamento de su existencia.
A lo largo de la historia podemos observar el tremendo empleo de la ira como el “plan secreto” universal del ego, sin mencionar las propias vidas personales, que nos conducen a la necesidad de una orientación nosotros o ellos en la que debe encontrarse a alguien que se ajuste al papel de “malo”. Luego lo justificamos con las inestables normas de moralidad. Esto es lo que origina la enorme atracción a los prejuicios y a la discriminación. La razón por la que nos unimos a los actos de protesta que condenan a quienes cometen ciertos crímenes o que juzgan a funcionarios públicos sorprendidos en actividades ilegales o poco éticas. Los ejemplos precedentes, ilustran la necesidad que tenemos de escoger para ver y atacar los propios pecados inconscientes en estos chivos expiatorios.
La misma necesidad de dividir el mundo entre blanco y negro es lo que se oculta bajo el sentido de alivio, júbilo y triunfo cuando vemos una película donde al final los “buenos” ganan y los “malos” pierden. También está presente detrás de la tremenda sobre identificación que se experimenta con los deportistas, estrellas de cine, políticos, y líderes mundiales o espirituales, al poner a nuestros héroes frente a sus correspondientes oponentes.